Todos somos peatones por definición. No quiso Dios ponernos un volante en las manos al nacer, sino dos piernas, para caminar por la tierra, no por el asfalto.
Lo que sí nos dio fue un cerebro para idear cosas: buenas y malas, todo hay que decirlo. Aunque visto lo visto se hace difícil creer que algunos individuos de la raza humana posean algo dentro del espacio cerrado que llaman cabeza. Por ejemplo, aquellos locos del volante que arriesgan su pellejo y MI pellejo, sin importarles lo que pueda ocurrir. Se hace difícil.
Y no lo digo por aquellos que conducen bajo los efectos del alcohol o cualquier otra droga, no. Lo digo por aquellos que (in?)conscientemente se creen los dioses del volante: ya sea con 4 o 2 ruedas, coche o moto. Da igual. El caso es correr, sentir la velocidad. En realidad creo que, en muchas ocasiones, sentir el riesgo y, en algunas otras, simplemente sentir algo. Claro que ese riesgo lo compartimos los peatones, sin venir a cuento. Aunque habría que ver la cara de alguno cuando se ve en el otro lado de la moneda, porque de ésa no se escapa ninguno: alguna vez tendrá que bajarse de su motorizado pedestal.
Pero es igual, porque cuando se bajan de su peana te dicen: "No tío, que yo controlo". Como si fuera Fernando Alonso dentro de su monoplaza en un circuito cerrado de carreras. Pues no, es un tipo cualquiera en una calle cualquiera, ¡con personas y todo!
Por favor, Dios, si no un cerebro, dales algo para que, al menos, los demás no paguemos las locuras de otros. Aunque sea algo de ese presunto control para esquivarnos en el último momento. O, en último caso, dánoslo a los -muchas veces- incautos peatones, para estar alerta y evitar a los descerebrados y mecanizados asesinos en potencia.
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